viernes, 16 de octubre de 2009

El buen rollito nacionalista


El nacionalismo vasco, con el inefable Joseba Egibar a la cabeza, ha cerrado filas contra la decisión de ese juez tan famoso de detener a los dirigentes de Eta/Batasuna quienes, al parecer, andaban intentando reorganizar la trama política que ha sido ilegalizada. En una palabra, lo de siempre dando vueltas. Se ve que lo del País Vasco no tiene remedio. Al nacionalismo no le entra en la cabeza que no hay alternativa: o se hace política o se hace terrorismo; las dos cosas no pueden ser y, además, es imposible.

Pero no se crea que se trata aquí de una cuestión ética, o de principios políticos, o de derechos individuales, o de derechos colectivos. Eso es el disfraz retórico, el arrebato sentimental, la querencia socio-política, el buen rollito nacionalista. La cosa es mucho más sencilla. Con Eta/Batasuna legalizada el Gobierno vasco, inexorablemente, está en manos nacionalistas. Con Eta/Batasuna ilegalizada puede pasar lo que ha pasado: que treinta años de dominio nacionalista se han ido, parcialmente, al garete.

A la progresía local, que tanto se escandaliza por las bravuconadas de cuatro falangistas desfasados, le parece normal que el nacionalismo se haya pasado las dos anteriores legislaturas gobernando con los votos de Eta/Batasuna. Pelillos a la mar. Todo sea por la prosperidad del convento aranista.

Lo que el nacionalismo no quiere ver es que si Eta/Batasuna lo hubiera considerado procedente ellos todavía estarían con mando en la plaza de Ajuria-Enea. Hubiera bastado un guiño al electorado de los ahora detenidos para que las cosas hubieran pintado de otro color en las urnas y para que el señor Ibarretxe no se hubiera visto obligado a dar clases en español en Puerto Rico, ese envidiable Estado asociado.

Pero, como todo el mundo sabe, no ha sido así y aquí los Egibar, Urkullu y compañía siguen haciendo lo que más les gusta: meter palitos en las ruedas, dar la matraca y echarse las manos a la cabeza cuando los pistoleros ocupan las portadas de los diarios, para olvidarse y volver a empezar cuando los muertos han sido enterrados.

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